La autoestima es el conjunto de ideas y opiniones que una persona tiene sobre sí misma, de sus cualidades, sus capacidades, sus fortalezas y debilidades. Constituye la valoración que hacemos de nosotros mismos y es determinante en cómo percibimos y actuamos ante lo que nos ocurre. La autoestima se genera en relación a un contexto y se construye a lo largo de la vida.
En esta construcción de la autoestima muchas veces asumimos ciertas creencias que aprendemos o adoptamos en un momento determinado. Estas pueden arraigarse de tal manera que no volvamos a cuestionarlas. Las aceptamos como verdades absolutas y se convierten en creencias limitantes
Algunos ejemplos de creencias limitantes son “Nunca soy lo suficientemente buena”, “No valgo para esto”, “Esto se me da mal”, “No puedo enfrentarme a eso”.
Estas creencias pueden tener un impacto directo en la autoestima, limitando el potencial de la persona. Esto ocurre porque tendemos a comportarnos de acuerdo a ellas, de manera que obtenemos resultados que las confirman y así se refuerzan.

Por ejemplo, una persona puede tener muy arraigada la creencia de que hablar en público se le da mal. Debido a ello, seguramente evite las situaciones en las que tenga que hablar en público o, cuando no le quede otro remedio, estará muy nerviosa y lo hará lo mínimo posible. Como resultado, el miedo a hablar en público crecerá y se reforzará la creencia, ya que no se ha obtenido una experiencia contraria.
Este círculo de refuerzo puede mantenerse durante mucho tiempo, ya que nuestro cerebro funciona para sostener la coherencia de las ideas. Además, esas creencias tan arraigadas en muchos casos pasan a formar parte de nuestra identidad, de cómo nos percibimos a nosotros mismos y de cómo nos contamos la historia de nuestra vida, siendo más difíciles de cambiar.
Es esencial identificar y cuestionar aquellas creencias sobre nosotros mismos que un día compramos y no hemos vuelto a poner a prueba, y así construir una autoestima acorde con quien realmente somos.