Con cuerpo y mente merendamos junt@s

La alimentación y la psicología están íntimamente relacionadas. No solamente nos alimentamos para nutrirnos (Obtener la energía y los nutrientes que necesitamos); Comemos también por placer. Además, en nuestra cultura, la comida tiene un aspecto social muy evidente: las reuniones con amigos suelen ser para comer o “tomar algo”; en los cumpleaños nunca falta una buena merienda o soplar las velas en una tarta; O cualquier festividad tiene su plato típico.

En muchas ocasiones, la manera en la que nos alimentamos se relaciona con algunos factores psicológicos. Y habla muchas veces de nuestras emociones, pensamientos o creencias. El estado de ánimo es el que solemos reconocer de manera más fácil: si estamos pasando por un periodo de estrés, de ansiedad o de una tristeza muy intensa, enseguida notamos cómo esto afecta a nuestra alimentación, impulsándonos a comer más o por el contrario reduciendo nuestro apetito. Por otro lado, en multitud de ocasiones, lo que ocurre es que no escuchamos ni atendemos las sensaciones fisiológicas de nuestro cuerpo (hambre/saciedad), lo que al mezclarse con aspectos emocionales hace que podamos entrar en un círculo de mala relación con la comida. Pero además, en la relación con la comida median otros factores. La insatisfacción con la imagen corporal y la baja autoestima relacionada con la misma suelen estar relacionadas con la restricción alimentaria, lo que puede conducir a diversos problemas alimentarios. 

También, lo que comemos afecta a cómo nos sentimos. Nuestro aparato digestivo se relaciona estrechamente con nuestro cerebro. Mantener una alimentación variada y saludable permite que la microbiota de nuestro aparato digestivo se encuentre en condiciones óptimas, de manera que la bioquímica del cerebro pueda funcionar correctamente. 

En cuanto al aspecto nutricional, comenzaremos definiendo los distintos grupos de macronutrientes y su función: 

Proteínas

Están compuestas por cadenas de moléculas más pequeñas llamados aminoácidos. Existen 20 aminoácidos, de los cuales 9 son esenciales, es decir, solo se obtienen a partir de la dieta. La principal función de las proteínas es estructural, se encargan de la construcción y reparación de tejidos como el músculo, la piel, el cabello, los huesos… Pero también, tienen un papel en la producción de las enzimas y hormonas que regulan nuestro metabolismo y son fundamentales para nuestro sistema inmunológico, ya que forman los anticuerpos que nos defienden ante infecciones.

Grasas

Se conocen también como lípidos y son insolubles en agua. Podemos clasificarlas en:

  • Grasas saturadas
  • Grasas insaturadas
  • Grasas trans

A pesar de ser muy temidas por aportar más calorías que el resto de macronutrientes, las grasas son esenciales para nuestro organismo y niveles bajos de grasa desencadenan alteraciones en todo nuestro sistema hormonal. Las grasas son el reservorio de energía de nuestro cuerpo, son esenciales para la absorción de las vitaminas liposolubles (A, D, E, K), mantiene la temperatura perfecta de nuestro organismo y protegen nuestros órganos (grasa visceral). Además, forma parte de la estructura de nuestras células, por lo que, sin ellas, no existiría funcionalidad.

Carbohidratos

El grupo más temido hoy día.  Son esenciales para proporcionar rápida al cuerpo y son la fuente principal de alimento para el cerebro y el sistema nervioso. Podemos clasificarlos en simples y complejos, según el tamaño de sus moléculas. Los HC complejos, como los cereales integrales y las verduras, se descomponen lentamente, lo que ayuda a evitar los picos de glucosa. En cambio, los HC simples, como los azúcares y zumos, se absorben rápidamente, lo que en exceso puede provocar fluctuaciones en los niveles de azúcar en sangre y, de manera continuada en el tiempo, acarrear complicaciones de salud. 

Incluir en nuestra dieta proteínas, grasas e hidratos de carbono en las  proporciones adecuadas es esencial para mantener nuestra salud. Este equilibrio no solo nos aportará la energía necesaria para realizar nuestras actividades físicas diarias, si no que también ayudan a regular nuestro estado de ánimo y salud emocional. Dentro de estos 3 grandes grupos, los más saciantes a largo plazo son las proteínas y las grasas, por lo que puede ser interesante introducirlos entre comidas principales (en la media mañana y la merienda), para poder estar saciados y con energía a lo largo del día. 

Muchas personas comentan que, precisamente en la merienda, experimentan muchos antojos, especialmente de alimentos dulces. Desde el punto de vista fisiológico, esto puede ocurrir cuando no hemos estado suficientemente saciad@s y/o no hemos introducido suficientes carbohidratos a lo largo del día. 

Si esto nos sucede aun cuando los requerimientos nutricionales están cubiertos adecuadamente, es probable que estemos intentando regular nuestro estado emocional a través de la alimentación. Es posible que en nuestras historia de aprendizaje hayamos interiorizado que ciertos alimentos nos ayudan a regularse emocionalmente y recurrimos a ellos cuando nos encontramos en un periodo de emociones intensas que nos generan malestar, ya sea tristeza, ansiedad, frustración… En estos casos nos encontramos con una dificultad para identificar las emociones y se suele confundir el malestar emocional con el hambre, de manera que se recurre a la comida como forma de evitar ese malestar. Debemos tener en cuenta que la comida es un reforzador y un analgésico natural: comer nos produce placer de manera natural. Por ese motivo, si no conocemos o no hemos aprendido otra forma de reconocer y regular nuestras emociones, podemos recurrir a la comida como medio para hacerlo. No obstante es importante tener en cuenta que en estos casos realmente estamos evitando nuestras emociones, puesto que no las estamos reconociendo ni dando espacio, sino que lo que buscamos es sentirnos mejor a través de la comida.

Para evitar esto, es importante realizar un trabajo en educación emocional, aprendiendo a identificar y entender nuestras emociones, de manera que no las evitemos sino que entendamos su mensaje y les demos espacio. Además, si estamos recurriendo a la comida como forma de reforzarnos para sentirnos mejor, podemos identificar otras actividades alternativas que también cumplan esa función, como dar un paseo, leer, hacer deporte, hacer manualidades o cualquier otra afición o actividad con la que nos sintamos bien. 

Es importante entender que una mala relación con la comida no tiene por qué ser un problema en sí mismo, sino que puede ser un síntoma de algún problema de salud mental.

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